martes, 6 de julio de 2010

Dos chistes

Mi amigo Saturnino Navascués, está en el Cielo desde hace unos cuantos años y, por ser el santo de mi devoción, le rezo hablándole como si estuviera todavía con nosotros.
Satur, como le llamábamos, era competente, serio y responsable pero, al mismo tiempo, alegre y ocurrente. En las reuniones era normalmente el centro de la tertulia por su gracejo y simpatía.
Con tu venia, amigo Satur, voy a escribir dos chistes que te oí contar.


Entre cartujos

Un mozo de acreditada vocación religiosa decidió incorporarse a una orden de las más austeras, para dedicar toda su vida al trabajo, la oración y la mortificación del cuerpo, incluso con la ausencia de cualquier diálogo, que solamente le sería permitido practicar con el superior de la congregación , de la forma más sucinta posible, una vez al año.

Transcurrido el primer año, el superior le llamó para hablar según lo convenido, y nuestro protagonista dijo “cama dura” y se dispuso a esperar un año sin pronunciar ninguna otra palabra. Pasado el segundo año, preparó para la convocatoria anual la expresión “cena fría” y, una vez dicho esto, se fue hacia su celda para seguir en silencio durante otro año más. Concluido este, se presentó ante el superior y, con voz segura, dijo: “me voy”. El rector, mirándolo severamente, le dijo: “Chico, no me extraña ¡Siempre estás quejándote de todo!”.

Las avecillas

Un sacerdote de pueblo, ya mayor, en una de las periódicas visitas que hacía al obispado, se quejaba ante el señor obispo de las dificultades que estaban teniendo en la parroquia, debido a la pobreza de sus parroquianos y a las especiales dificultades coyunturales. El señor obispo trataba de infundirle esperanza, indicándole: “No olvide que el Señor cuida de todos nosotros. Ya sabe que incluso lo hace hasta de las más pequeñas avecillas que vemos en nuestro entorno”. Ante lo cual el señor cura respondió algo mosqueado: “Pero ¡observe Vuestra Eminencia las garricas tan delgadas que esas avecillas tienen…!”.

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