miércoles, 21 de marzo de 2012

Un viaje original

El relato siguiente se refiere al viaje de regreso a Zaragoza, en un autobús lleno de viejos, casi viejos, viejos que se sienten jóvenes y casi jóvenes, (aunque la RAE, para evitarse estos líos, llama viejo a toda persona o animal que tiene más de setenta años).

Expresando todo lo anterior de forma todavía más simple, se podría decir que regresábamos de Gandía un grupo del INSERSO.

Volvíamos afectados en alto porcentaje y grado por una maldita gripe que algunos por lo bajinis conjeturábamos que debía de ser: gripe de cepa nueva resistente a la vacuna antigripal, especie de gripe A, simplemente gripe, u optimistamente catarro mal curado.

Después de comer en el Milagro (no sé exactamente a qué milagro se refieren si la relación calidad/precio no es más que normalilla), Íbamos semidormidos por causa de la fiebre y de las albóndigas del susodicho restaurante, cuando una señora de Ejea de cierta edad y tamaño, comenzó a explicar en voz alta anécdotas y circunstancias de su vida sin que nadie se lo solicitase, pero con tal gracejo que poco a poco captó la atención de todos y las risas fueron tan constantes y generalizadas que el viaje se nos hizo muy corto, si bien nos quedaron doloridos los diversos músculos que se activan con la risa, lo cual al menos, parece ser una gimnasia metabólica muy sana, aunque tenga los indicados efectos secundarios.

Decía cosas como las siguientes:

"Yo de pequeña era mu traviesa y mu mala. Mi padre era mu buena persona, pero mi madre me conocía perfectamente y gracias a ella me mantenían casi a raya.

Mi obsesión era ir a Zaragoza y no había forma de conseguirlo. Una vez que estaba ya en el coche de línea, apareció mi padre con mi hermano en brazos porque se le había metido un mosquito en un ojo y me hicieron bajar a rastras del coche para llevarlo a él.

Por fin se me ocurrió una forma de conseguir el deseado viaje: poniendo debajo de una ventana una mesa y subiéndome a ella me puse a enhebrar una aguja. Según lo previsto pasó por allí mi padre y al verme de aquellas maneras me preguntó qué hacía en aquella postura y le dije que me parecía que estaba mal de la vista porque no conseguía enhebrar una aguja ni siquiera con la buena luz que entraba por la ventana. Avisó enseguida a mi madre para comunicarle mi problema de los ojos y aunque ella tenía la mosca detrás de la oreja porque no se terminaba de fiar de mí, no le cupo en la cabeza que fuera una trampa para conseguir el viaje a Zaragoza, de forma que a la mañana siguiente mi madre mi padre y yo, en el coche de línea, nos fuimos a Zaragoza a aclarar mi extraño problema a la consulta de un oculista.

Aquel señor me fue poniendo aparatos y cristales en los ojos y yo le iba diciendo los defectos que veía en las letras de la pared. En cierto momento me dijo: “te voy a poner ahora unos cristales que ya verás qué bien vas a ver con ellos”. Efectivamente con aquellos lo veía todo de maravilla y así se lo dije al oculista. En aquel momento hizo pasar a mis padres a la consulta y les preguntó cuál era el detalle por el que se habían dado cuenta de mi problema Ellos le explicaron que a plena luz no era capaz de enhebrar una aguja de coser y el oculista les contestó:” Pues entonces tendrán que llevar a la chica a un médico de los nervios porque defecto visual no tiene ninguno así que tiene la vista perfecta”. El resultado de estas explicaciones que me dejaron al descubierto, fue que mi padre movió la cabeza a los lados como disgustado por el engaño y la movida que había montado, pero la reacción de mi madre fue más enérgica, porque sin importarle la presencia del oculista, me dio un puñetazo en el hombro con tal fuerza que me desniveló los huesos y ya siempre he tenido los hombros a diferente altura y para disimular el defecto siempre me he puesto hombreras de diferente grueso.”

Con estas explicaciones dio por concluido el relato en el que venía a reconocer lo traviesa y liante que era de pequeña, sin que por eso fuera mala persona, sino todo lo contrario según pudo acreditar a medida que le fue entrando el conocimiento al hacerse mayor.

Acabado el anterior relato siguió con unas reflexiones que no guardaban relación con lo anterior y fueron que, como andaba con problemas de cadera que le hacían ir arrastrando una pierna, fue al médico, quien le dijo que eran debidos a su excesivo peso, lo que no la convenció en absoluto porque andaba coja de una pierna y si el problema hubiera sido debido al peso, la cojera la tendría en ambas piernas por igual y no en una sola como le ocurría.

Como el médico le indicó también que debía beber como mínimo dos litros de agua diarios y a ella el agua no le gustaba en absoluto, interiormente se dijo que no pensaba ni probarla y terminó su relato diciendo:”¡ Que se jo… el médico!”.

La familia tenía un bar en el pueblo y la que verdaderamente atraía a la clientela era ella, ya que su marido aprovechaba el atardecer, para ponerse a barrer y a echar espray insecticida a todo gas, con lo cual espantaba a los todavía numerosos clientes.

A la hija tampoco le gustaba el trabajo en el bar de tal forma que iba todo el rato con cara de desagrado, hasta el punto de que un cliente habitual entró un día en el bar diciendo: “He visto a tu chica en la plaza, ¡y se estaba riendo!”, sorprendido de que también supiera reir.

El caso es que entre unos y otros y sobre todo por el empuje y el gracejo de nuestra compañera de viaje, hicieron un patrimonio familiar suficiente para poder salir adelante, aunque ocurrió la desgracia de que falleciese su marido (cuando todavía era joven) inmediatamente después de finalizar el ciclo del bar, ¡que también es mala suerte!

Y así continuó explicando anécdotas y reflexiones, mientras que la gente del autobús le aconsejaba que se presentara a algún programa de televisión pues sin duda podría emular o incluso superar a Marianico “el Corto”, aunque me dio la impresión que a ella le importaba un higo los consejos que le daban unos y otros.

Así que llegamos a Zaragoza donde nos dispersamos cada uno hacia su casa o hacia su pueblo, deseando llegar lo antes posible a sitio seguro para combatir como era debido la gripe que llevábamos, haciéndonos la puñeta dentro de nuestros congestionados pulmones, importada desde las maravillosas playas valencianas de Gandía.

viernes, 16 de marzo de 2012

La Providencia en acción

Hace años, una familia formada por los padres y dos hijas que vivían en un pueblecito del Sobrarbe (Huesca) se vio aumentada por el nacimiento de un miembro varón, con el natural regocijo para todos ellos.

El pueblecito era pequeño y el padre, Joaquín, se dedicaba a la agricultura, aunque sus características personales eran de tal cordura, carácter y sentido común que, aparte de practicar las normales labores agrícolas de sus tierras, los vecinos lo habían nombrado alcalde del pueblo.

La alegría inicial del alumbramiento se fue transformando en tristeza cuando el chavalín fue demostrando que tenía dificultades para oir y hablar y finalmente se diagnosticó que era sordomudo.

Ante esta situación, que en el pueblo era una minusvalía importante, el padre, que tenía las ideas muy claras y se atrevía a enfrentarse con cualquier problema, en lugar de quedarse a verlas venir, convino con el resto de la familia en que debían trasladarse lo antes posible a Zaragoza, donde el hijo podría recibir una formación que le permitiera aprovechar el resto de sus potencialidades, a la par que sus hermanas, que demostraban una excelente dotación intelectual, podrían adquirir y ejercer algunas carreras.

Así que nos encontramos a toda una familia, obligada por las indicadas circunstancias, a abandonar el hábitat de sus antepasados, para emigrar de forma imprevista a Zaragoza.

Un hombre de aquellas prendas no tuvo problemas para encontrar un trabajo como portero, ni se le cayeron los anillos por ejercer un oficio al servicio de muchas personas en una casa de reciente construcción de treinta y dos vecinos, próxima a una zona con alta densidad de colegios en la parte sur de Zaragoza, próxima al barrio de Casablanca.

La casa tenía vivienda para el portero y su familia, y los ingresos por su trabajo bien administrados y sumados con los propios de algunos trabajos adicionales, les permitían mantenerse en aquella cabeza de puente que acababan de establecer en Zaragoza, es decir que, aunque en el camino dejaran los jirones naturales de un traslado de esta naturaleza, al menos la nueva ubicación les permitiría encarar el futuro con mejores perspectivas para los hijos, especialmente para el que más lo necesitaba, que era Jesús.

Solventado, pues, el trabajo y la ubicación, uno de los primeros objetivos fue incorporar a Jesús a un centro para sordomudos y a continuación matricular a las hijas Pilar y Josefina en los colegios adecuados para que pudieran ser unas futuras universitarias.

El señor Joaquín, fue un portero de lujo en una casa con muchos niños pequeños. Cumplidor a la perfección con su trabajo, le sobraron facultades para resolver cualquier incidente que se presentase. Cuidaba a la comunidad como si fuera su propia familia. Aceptaba siempre la responsabilidad de tener las llaves de los pisos con toda la confianza para los propietarios. En una palabra, veló por el bien de todos, y fue siempre un ejemplo tanto de portero como de padre de familia..

Fueron pasando los años y ya nos encontramos a Jesús con unos adiestramientos finalizados, —aunque su persistente sordera no le permitiera comunicarse bien con las personas desconocidas—, y a sus hermanas sacando adelante sin mayores problemas sus respectivas carreras de matemáticas y de ciencias químicas y posteriormente las correspondientes oposiciones como profesoras.

En este momento comienza a aparecer una dificultad y es que Jesús, en edad de trabajar no encuentra un trabajo apropiado ya que cuando, guiado por su padre encuentra alguno, es difícil, mal remunerado y peligroso. Esta situación se va prolongando, van pasando los años, y toda la familia piensa que la razón principal del desplazamiento a Zaragoza no estaba obteniendo los resultados esperados.

Una familia unida está dispuesta a hacer cualquier sacrificio para que el miembro que más lo necesita salga adelante a pesar de que con el transcurso de los años habían ya establecido profundas raíces en Zaragoza. En este caso comienzan a plantearse emigrar a Barcelona para mejorar las oportunidades de encontrar un posible trabajo para Jesús, que seguía siendo el objetivo clave para toda la familia.

La noticia de los nuevos planes de la familia, debidos a las dificultades laborales para Jesús en Zaragoza, llega casualmente hasta un ingeniero padre de cinco hijos que habita en la comunidad, y le hace pensar detenidamente en los traumas que la familia del señor Joaquín ha pasado para llegar hasta este punto y los interrogantes y dificultades que un nuevo traslado, esta vez a Barcelona, les acarrearía de nuevo.

La primera idea es ayudarle, pero este tipo de colaboraciones, dadas las experiencias de Jesús en los anteriores empleos y, sobre todo, el riesgo de intervenir en una cuestión dudosa es problemático, ya que si el experimento fracasa, puede conducir a una situación tensa con el portero y su familia, lo cual es una molesta situación. Considerando que tenemos la vida suficientemente complicada, está claro que hay que evitar a toda costa el añadir nuevos problemas en el entorno de nuestra propia casa. Estas reflexiones le hicieron inclinarse en principio por una actitud conservadora y no intervenir en un problema en el que nadie le había llamado.

Pasan unos días más y se va confirmando la noticia de la emigración de toda la familia del portero y la persistente idea inicial del ingeniero se va transformando en la de que la suya es una postura egoísta por hacer como si el asunto no fuese de su incumbencia.

Decide por fin estudiar en serio la posibilidad de ofrecerle un trabajo incorporando a Jesús a la plantilla de la empresa en la que él trabaja y que la componen unas ochenta personas. Cree además que, dada la naturaleza de los diferentes trabajos que allí se realizan, Jesús está capacitado para realizar perfectamente varios de ellos, especialmente uno que necesita una persona con un perfil exactamente como el suyo y cuya remuneración es normal y no se halla cuestionada en absoluto; sin embargo el ingeniero piensa que para garantizar el éxito de la operación es indispensable seguir varios pasos previos que se detallan a continuación:

El primero es hablar con el padre de Jesús y exponerle que había pensado en darle a su hijo una oportunidad de trabajar en su empresa, proponiéndolo previamente a las personas necesarias, y con el bien entendido de que si la expectativa fracasara, la amistad actual entre ellos debía quedar a salvo de tal circunstancia y tener presente que siempre se había tratado, aunque era un tema delicado, de asumir el riesgo de ayudarle. Ante estas consideraciones, el señor Joaquín contestó: “Pase lo que pase, siempre le estaremos muy agradecidos por haberse atrevido a intentar ayudarnos”. Y concluyó:” No le quepa la menor duda de esto”, lo que para el ingeniero, que lo conocía bien, fue como la firma en un documento notarial.

El segundo paso fue hablar con los socios de la empresa, asegurándoles que estaba convencido de que la contratación que les proponia no iba a representar ningún perjuicio, sino que, por el contrario, sería altamente beneficiosa y humanitaria. Como las personas implicadas tenían plena confianza en él y eran de buena condición, le dieron sin problema alguno su beneplácito.

A continuación siguieron las conversaciones con los mandos intermedios que fueron también positivas brindándose a poner de su parte todo lo que fuese necesario con el mayor agrado.

Un día antes de la incorporación de Jesús, el ingeniero reunió a todo el personal de la empresa en una amplia sala/comedor y se formó un gran corro donde en un punto estaban él con los encargados y todo el personal alrededor, y les dijo lo siguiente:

“Estamos reunidos para daros a todos una noticia: se trata de que conozco a un muchacho de la misma edad que muchos de vosotros que es mudo, aunque prestándole atención se le entiende. Ha venido hace tiempo con toda su familia a Zaragoza desde su pueblo para poder desarrollarse como persona y poderse mantenerse autónomamente el día que no puedan ayudarle sus padres. Este chico ha intentado trabajar en varias empresas y nadie lo quiere, porque le piden cosas que él no puede hacer o ponen en riesgo su integridad física. He pensado en darle una oportunidad aquí con nosotros. Estoy seguro de que os parecerá bien y en todo caso os pido de todo corazón que os esforcéis para entenderlo, que tengáis paciencia con él y que le ayudéis en todo lo posible, especialmente los compañeros más cercanos. Los socios de la empresa se ha mostrado dispuestos a ayudarle así como los encargados y ahora faltáis vosotros que vais a ser sus compañeros y vais a estar a su lado todos los días ¿Puedo pediros que entre todos consigamos ayudar a esta persona y a su familia que están a punto de marchar a Barcelona porque no encuentran una ayuda para su hijo en Zaragoza?”.

Cuando el ingeniero terminó de decir esto, hubo un momento de silencio y a continuación, como elocuente respuesta a la pregunta, estalló un atronador y general aplauso al que solo les contestó: ¡Gracias! ¡No esperaba menos de vosotros!

Las palabras se quedan cortas cuando se preguntan y responden ciertas cosas y para él aquel aplauso —el único en todos sus años de vida laboral— fue la mejor medalla que le pusieron en su vida.

Después de lo dicho, sobraban los discursos y cada uno se fue a su puesto con el convencimiento profundo de hacer todo lo posible por el nuevo, al que iban a considerar en el futuro, un compañero muy especial y querido.

El trabajo encomendado a Jesús se ejercía en un limitado entorno, requería cierta habilidad manual y mediano esfuerzo y se llevaría a cabo al lado de otra persona que haría exactamente lo mismo. Había un segundo turno compuesto por otras dos personas, que hacía la misma operación que era el afinado mediante rotaflex de los taladros de engrase de los cigüeñales de automóvil.

Todas las operaciones de la fabricación estaban cronometradas y estas se realizaban precisamente en la parte final del proceso.

Como estaba previsto, el chico fue aprendiendo su trabajo y aunque lo hacía con gran perfección daba la sensación de que era más lento que sus compañeros; sin embargo se comprobó que incluso empleaba menos tiempo que los demás. Nos dimos cuenta de que era una de esas personas que no desperdiciaba ningún movimiento. Era diferente a aquellas que mueven mucho viento y sus resultados prácticos son escasos.

Según se había acordado en aquella reunión para informar de su incorporación, sus compañeros se veía claramente que lo trataban con especial cariño, le ayudaban y se esforzaban por entenderlo y que él los entendiese, lo cual ocurría de forma notable con el encargado que le adiestraba y le encargaba los trabajos por estar directamente a sus órdenes.

El ingeniero fue preguntando al señor Joaquín por el chico y decía que todo iba bien y que, aunque tenía cierta dificultad con los desplazamientos, la resolvían entre toda la familia sin mayores problemas.

Un día, al poco tiempo de ingresar en la empresa, apareció con un coche de su propiedad que había comprado la familia después de que él —no sé cómo— dispuso de carné de conducir, tras aprobar todos los test y prácticas necesarios.

Esta noticia fue para todos muy gratificante, pues indicaba que se hallaba a gusto en la empresa y que tenía cualidades para hacer cosas que a personas sin minusvalías a veces les resultaban costosas y, en fin, que el objetivo de todos que era ayudarle a sentirse como una persona perfectamente normal, se estaba cumpliendo incluso antes de lo previsto. Por otra parte sus problemas de transporte se habían simplificado con la disponibilidad de su coche.

La alegría fue general porque aquello se consideró un éxito de todos.

Otro día el encargado, como dándole una buena noticia, le dijo al oído al ingeniero “que le habían hecho hombre” dado que cuando llegó a la empresa no conocía mujer. El ingeniero, en vista de que la cosa no tenía ya remedio, no quiso saber detalles de tan delicado tema, pero comprendió que su grado de sociabilización trascendía al del trabajo y que en la escala de valores de aquel grupo de trabajadores la normalidad requería también este requisito para hacerlo sentirse como uno más entre ellos.

El ingeniero se limitó a señalar que tuvieran mucho cuidado con el proceso que estaban siguiendo, no fuera que con su mejor voluntad traspasasen ciertas rayas rojas que no deben cruzarse y luego tuvieran que arrepentirse todos.

Ya tenemos a Jesús integrado en la empresa realizando bien su trabajo y sintiéndose cada vez más una persona normal de tal modo que las vacaciones reglamentarias las hizo por primera vez con su propio coche acompañado por varias personas de su familia.

La integración había sido un éxito y aparte de representarle unos ingresos como los de cualquier trabajador supuso, especialmente para sus padres, la tranquilidad de saber que su vida futura podía ser autónoma e independiente de ellos, que es la cruz de muchos padres que no saben qué será de sus hijos el día que ellos falten.

Casi seguro que el señor Joaquín, colocó en un lugar destacado junto a los santos de su devoción la fotografía del ingeniero que protagonizó la integración de su hijo y tanto a él como a todos sus conocidos les decía que aquel hombre era el más valiente y bueno que había conocido y además, como no le gustaba que las cosas quedasen solo en palabras, por Navidad apareció en la puerta del ingeniero con una tarjeta de felicitación y con un hermoso jamón que el ingeniero se resistió a aceptarle dada la precaria economía del portero, pero su insistencia y el deseo de no hacerle el feo de rechazárselo hicieron que lo aceptara y además cada corte de aquel estupendo jamón fue un motivo de satisfacción y de recompensa por una labor bien hecha a favor de alguien que lo necesitaba.

Cada año por Navidad el señor Joaquín tenía a su ingeniero el primero de una lista y no pasó un año sin repetir sus sinceros deseos de todo lo mejor para él y toda su familia, que por lo demás eran sinceramente correspondidos.

Esta situación tan normal y distendida para todos se prolongó durante años y el ingeniero siempre tuvo el convencimiento de que aquella obra no fue mérito suyo sino que la Divina Providencia le tomó como protagonista para ayudar a aquella familia tan necesitada, Él solamente supo acceder a que las cosas sucediesen así y coordinar lo necesario para que se cumpliera lo que la familia de Jesús habría suplicado con mucha fe para que así sucediera.

Pasaron los años y en una de aquellas tremendas crisis del automóvil el ingeniero creyó necesario dejar aquella empresa y como medida de supervivencia proyectó y puso en marcha con varios socios una instalación de pintura electrostática epoxi para grifos y accesorios de baño que todavía sigue funcionando, .aunque en estos momentos se halla sometida a la generalizada crisis de la construcción en España.

A partir de la puesta en funcionamiento de la indicada instalación de pintura, nuestro ingeniero tuvo una interesante oferta para trabajar en Fabersánitas, empresa que fue durante años emblemática de Aragón, lo que hizo sin perder su condición de socio de la de pintura.

Cuando habían pasado dos años desde que dejó la empresa de cigüeñales en la que Jesús había seguido trabajando, aquella cerró definitivamente y todo el personal pasó al paro, pero una vez más la Providencia iba a salir en defensa de Jesús ya que nuestro ingeniero influyó para que se le contratase en la empresa de pintura de grifos dadas sus condiciones personales e incluso de menores costes sociales por causa de su minusvalía.

También esta vez la persona que administraba la empresa era buena y comprensiva y aceptó encantada la posibilidad de contratarle, donde sigue trabajando actualmente.

En esta empresa lleva Jesús trabajando sin el menor problema veintitantos años y pronto podrá acceder a su jubilación y disfrutar de una pensión normal junto con la de su hermana Josefina que ya está jubilada y permanece soltera. Es casi seguro que en estos años trabajando tanto Jesús como su hermana, habrán podido reunir unos interesantes ahorros que les permitirán no tener preocupaciones económicas en el futuro.

El señor Joaquín, cuando por jubilación dejó su puesto de portero, siguió manteniendo contacto con cada familia, interesándose siempre por la evolución de cada persona de la casa y asistiendo a todos los entierros que se iban produciendo.

En su lista de Navidad siguió teniendo y utilizando en primer lugar el nombre de su ingeniero y en esa ocasión aprovechaban para informase con detalle de la evolución de las respectivas familias y de los demás vecinos.

Hace cinco años falleció el señor Joaquín y, además de que no nos enteramos de que estuviera enfermo, el ingeniero que tanta influencia tuvo en su vida no pudo acompañar a su familia en el entierro, porque acababa de ser operado de una hernia inguinal y le era imposible caminar; pero sí tuvo para él un recuerdo cariñoso y no dudó de que, sin duda alguien estaría esperándole con los brazos abiertos en un lugar muy destacado del Cielo.

La viuda del señor Joaquín, la señora Pilar que es una persona también magnífica que sufrió después del nacimiento de Jesús los avatares de su infancia y los traslados que recomendó su marido con total fe en que lo que él le proponía era lo más conveniente para todos, y entre todos supieron formar una familia ejemplar. En estos momentos a la señora Pilar me la imagino añorando la fuerte personalidad del señor Joaquín y deseando hacerle compañía para velar juntos por estos hijos y los nietos que les dio su hija Pilar y sobre todo por ese hijo Jesús tan querido por todos y a salvo de los problemas que inicialmente su minusvalía le planteaba en una etapa de su vida.

Varias personas colaboraron para lograr el final feliz de esta aleccionadora historia, pero La Providencia fue (pocas veces lo he visto tan claro) la principal protagonista y los demás elegidos por Ella como colaboradores, lo cual fue siempre para el ingeniero de nuestra historia un motivo de orgullo y de agradecimiento por la elección que la Providencia hizo designándole para algo más importante que fabricar cigüeñales.