domingo, 22 de agosto de 2010

Lo urgente y lo importante

En muchas ocasiones suceden las cosas de tal modo que se nos acumula lo pendiente de hacer, con la sensación de que nos falta tiempo, de que no llegamos a todo. Esto puede suceder en cualquier actividad o profesión: la de ama de casa, la de ingeniero, la de agricultor, la de secretaria, la de banquero, etc., etc. Quizá haya alguna que se escape de esta regla general, pero yo no la conozco.

Esta circunstancia se produce a veces en forma ininterrumpida durante la actividad diaria, y otras ocasionalmente; pero antes o después, con mayor o menor frecuencia, con más o menos intensidad, es algo por lo que todos pasamos y nos produce un estrés que como sabemos o intuimos se define según la RAE como “una situación agobiante que origina reacciones psicosomáticas, y trastornos psicológicos a veces graves”. A esta definición agregaría de mi cosecha el matiz de “a base de tiempo”.

El modo de ser de cada persona influye también en la forma e intensidad de la situación, así las más activas están más predispuestas a que les ocurra, puesto que tratan de participar, intervenir, e involucrarse en más cosas. También todos sabemos que hay profesiones en la que es más frecuente la presencia e intensidad del estrés.

Trato en este artículo de analizar esta circunstancia para conocerla mejor y contribuir a combatirla en la medida de lo posible. Para comenzar, concretaré lo que entiendo por urgente y por importante, aunque son términos que, con mayor o menor precisión, son bastante conocidos:

Urgente es lo que hay que resolver de inmediato, sin pérdida de tiempo y además no admite demora alguna por más que se quiera soslayar, aunque el asunto a que se refiera sea intrascendente.

Importante es aquello que tiene trascendencia y sienta bases firmes a medio y/o largo plazo.

Mi experiencia demuestra algo fundamental: que lo urgente no es importante y lo importante no es urgente. Aquí surge un interrogante: ¿Y no pueden darse las dos condiciones de urgencia e importancia a la vez? La respuesta es que sí, pero en la práctica sucede esto con muy baja probabilidad, es decir que la inmensa mayoría de las veces ocurre lo enunciado en el principio, que es una regla de oro.

El hecho de que las cosas sean así hace que se reduzca la eficacia de nuestros actos, ya que nos pasamos el tiempo resolviendo muchos asuntos de poca importancia y los realmente importantes se van posponiendo una y otra vez puesto que no son urgentes.

Además, la resolución de lo urgente genera, por su propia naturaleza, un considerable estrés ya que las soluciones son apremiantes.

Es decir, que corremos un alto riesgo de dedicarnos a cosas urgentes, es decir poco importantes y estresantes, y de no acometer lo realmente importante aunque estemos capacitados para ello. En suma, a actuar con gran ineficacia y alto desgaste.

Esta situación de agobio, que nos aparece espontáneamente sin pretenderlo y sin poder evitarlo, no puede ser más negativa para el éxito y el rendimiento de nuestros esfuerzos a largo plazo ya que “se mueve mucho viento pero los resultados son escasos”.

La visión de una persona agobiada por las urgencias es un test de la necesidad de mejoras en su organización o bien de insuficiencia de personal colaborador.

Muchas personas sometidas a esta circunstancia no se dan cuenta, y otras que la perciben no saben como librarse de ella.

Mis consejos al respecto son los siguientes:

En primer lugar hay que identificar con claridad la situación de estrés cuando se presente o exista de antemano, y pensar que, aunque sea insoslayable de momento, debemos establecer el objetivo de salir de ella, para lo cual el tomar conciencia y hacerse el propósito de evitarla ya es un primer paso.

En segundo lugar hay que pensar que si las cosas cuya ejecución nos asedia son poco importantes (y por añadidura urgentes) en el fondo se debe a que la organización es de tal naturaleza que las pequeñas cosas llegan a la persona indebida. Por tanto hay que derivarlas a escalones subordinados, es decir delegar.

Estos escalones muchas veces no existen, ni existe la posibilidad de crearlos, en cuyo caso tendremos que aceptarlo y buscar soluciones (de las que espero escribir en otra ocasión), a sabiendas de que nuestro trabajo es, y va a seguir siendo, poco efectivo. En otros casos sí que se puede hacer lo recomendado, y entonces el objetivo es utilizarlos delegando y enseñando a los auxiliares, y estos a los suyos, todos los detalles necesarios para resolver esa problemática a la que estamos siendo, todos, indebidamente sometidos.

He dicho delegar y surge de inmediato la pregunta: delegar… ¿Hasta dónde? La respuesta es “hasta lo máximo posible”, sin complejos y sin aceptar el temor de quedarnos sin nada que hacer, con los brazos cruzados, puesto que nos esperan cosas importantes para emplear a fondo nuestras capacidades.

En definitiva, cada uno debe dedicarse a hacer lo más importante que su capacidad le permita y, si se ve obligado a hacer cosas de menor nivel, debe tratar de que esto ocurra con la menor frecuencia posible.

Esto, que parece pensado en exclusiva para una actividad de tipo empresarial, es generalizable. Para dejarlo bien patente, voy a poner el caso de un ama de casa que trabaje o no, además, fuera de ella. Muchas veces se la ve agobiada, cuando se dedica a hacerlo todo sin aprovechar las posibles ayudas del entorno que, bien aprovechadas, en muchos casos le permitirían dedicar un tiempo a cosas muy importantes que además de no ser urgentes tienen también la particularidad de pasar con frecuencia desapercibidas. Para facilitar la colaboración hace falta no pretender que todo se haga exactamente como el ama de casa lo haría, no censurar excesivamente los fallos (ni siquiera mentalmente), y por supuesto, encontrar en el entorno la disposición adecuada. Hay que pensar también que todo requiere un “training” anglicismo que tanto se emplea en la industria y que en el caso que nos ocupa significa lisa y llanamente un entrenamiento. Con él y la buena voluntad de todos se consiguen cosas impensables. Así que, ánimo, y a disminuir el estrés, a pensar y acometer las cosas importantes que nos faltan por hacer (en el entorno familiar es donde están las más importantes que podemos encontrar) y a participar todos con buena voluntad, pero cada uno en lo suyo.

martes, 6 de julio de 2010

Dos chistes

Mi amigo Saturnino Navascués, está en el Cielo desde hace unos cuantos años y, por ser el santo de mi devoción, le rezo hablándole como si estuviera todavía con nosotros.
Satur, como le llamábamos, era competente, serio y responsable pero, al mismo tiempo, alegre y ocurrente. En las reuniones era normalmente el centro de la tertulia por su gracejo y simpatía.
Con tu venia, amigo Satur, voy a escribir dos chistes que te oí contar.


Entre cartujos

Un mozo de acreditada vocación religiosa decidió incorporarse a una orden de las más austeras, para dedicar toda su vida al trabajo, la oración y la mortificación del cuerpo, incluso con la ausencia de cualquier diálogo, que solamente le sería permitido practicar con el superior de la congregación , de la forma más sucinta posible, una vez al año.

Transcurrido el primer año, el superior le llamó para hablar según lo convenido, y nuestro protagonista dijo “cama dura” y se dispuso a esperar un año sin pronunciar ninguna otra palabra. Pasado el segundo año, preparó para la convocatoria anual la expresión “cena fría” y, una vez dicho esto, se fue hacia su celda para seguir en silencio durante otro año más. Concluido este, se presentó ante el superior y, con voz segura, dijo: “me voy”. El rector, mirándolo severamente, le dijo: “Chico, no me extraña ¡Siempre estás quejándote de todo!”.

Las avecillas

Un sacerdote de pueblo, ya mayor, en una de las periódicas visitas que hacía al obispado, se quejaba ante el señor obispo de las dificultades que estaban teniendo en la parroquia, debido a la pobreza de sus parroquianos y a las especiales dificultades coyunturales. El señor obispo trataba de infundirle esperanza, indicándole: “No olvide que el Señor cuida de todos nosotros. Ya sabe que incluso lo hace hasta de las más pequeñas avecillas que vemos en nuestro entorno”. Ante lo cual el señor cura respondió algo mosqueado: “Pero ¡observe Vuestra Eminencia las garricas tan delgadas que esas avecillas tienen…!”.

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sábado, 19 de junio de 2010

¿Cómo somos?

El conocimiento de lo que somos es una tarea difícil, puesto que hay que considerar lo que nosotros creemos que somos, lo que los demás creen que somos y lo que realmente somos. Estamos en un terreno muy resbaladizo, ya que:

De entrada, lo que realmente somos es algo cambiante con la edad y las circunstancias.

Lo que de nosotros piensan que somos, es la repanocha ya que habrá tantos conceptos como personas que nos analicen, con la dificultad añadida de que no somos, como acabo de decir, algo invariable.

El pensamiento reflexivo sobre lo que nosotros mismos somos tampoco es tarea fácil, pues ese conocimiento lo vamos adquiriendo con el paso del tiempo en función de nuestras reacciones ante las distintas circunstancias, y por el efecto espejo que nos transmiten los demás y, al respecto, se me ocurre la siguiente pregunta: ¿Sacaríamos una idea clara de cómo somos físicamente si nos mirásemos sucesivamente en multitud de espejos que deformasen en mayor o menor medida nuestra imagen? La respuesta, naturalmente, sería negativa. Pues esto mismo sucede cuando se trata de conseguir una idea propia de cómo somos por la vía de lo que los demás piensan de nosotros.

Sirva lo anterior como introducción de la dificultad de este asunto. Pero yo me voy a referir, dejando a un lado disquisiciones sicológicas, a un práctico método bastante fiable para conocernos, y también nada menos que para conocer a los demás, teniendo en cuenta que esto último tiene una dificultad específica que es la de que llevamos por la vida una careta más o menos opaca con la que tratamos de mejorar la imagen que transmitimos. Este método elimina las caretas por ejemplo de las buenas palabras, las sonrisas forzadas, las indumentarias, etc., etc.

No es un sistema complicado (me recuerda al huevo de Colón) y tampoco es nuevo. Aparece escrito en la Biblia, (Mateo7.16 y 7.20), y dice simplemente: “por sus frutos los conoceréis”. La sabiduría popular hace, en cierto modo, alusión a esto mismo, cuando proclama: “obras son amores, que no buenas razones”.

Todos hemos oído mil veces estas expresiones y nos resbalan sin pensar que tenemos con ello una magnífica forma de calibrar la verdadera calidad de las personas incluida la de nosotros mismos. A mí me viene a la memoria este sistema cuando pienso en personas brillantes porque, de inmediato, se me ocurre preguntarme: ¿Esta persona, qué ha hecho? Y lo que veo me aclara las ideas y en ocasiones me encuentro con grandes sorpresas. También me he sorprendido al analizar de este modo a personas aparentemente superficiales e inmaduras, porque algunas veces he encontrado que sus realizaciones las hacen dignas del máximo respeto. Finalmente cuando empezamos a tener un lío con nuestra propia identidad, sea por hallarnos en momentos de baja autoestima o por estar demasiado eufóricos, el análisis de nuestras obras nos facilita la mejora en nuestra mente del orden de las ideas.

Para terminar hay que decir que podemos tener un problema en la calificación de las obras personales, aunque suele haber un general acuerdo en la importancia y signo de las mismas. Yo, particularmente, me suelo centrar (siempre que puedo) en el análisis de la familia que la persona haya colaborado en crear, ya que esta (insisto en que para mí), es seguramente la mayor obra que los humanos podemos hacer, que está muy por encima de otras más espectaculares y de mayor relieve social. Lo que ocurre es que de muchas personas muy populares esta faceta nos es desconocida, y tenemos que limitar nuestro análisis a las obras que los medios de comunicación hayan difundido, que aunque no sea una información completa y satisfactoria, nos permite hacernos una idea, aunque no sea más que aproximada, de la persona en cuestión.

jueves, 13 de mayo de 2010

EFISICÓ

Imagino que este título será sorprendente para quien lo lea. No tengo noticia de que esta palabra aparezca en ninguna otra parte, ni tenga otra aplicación que la que yo le doy. Se trata de una regla mnemotécnica de mi cosecha, que la utilizo con cierta frecuencia. Voy a explicar su origen y aplicaciones, porque estoy seguro de que puede ser de utilidad.

Como la mayoría de las personas, para valorar la calidad de las cosas he utilizado la intuición más veces de las que me imagino. Y es que la intuición es un recurso que, aunque suele estar infravalorado, lo empleamos continuamente y nos presta grandes servicios, aunque tiene el inconveniente de ser algo primitivo.

Un día encontré una forma de evaluación que respondía a la necesidad que muchas veces había sentido de racionalizar la asignación de niveles de calidad. En ella se identificaban cuatro condiciones clave que determinan, con bastante aproximación, lo que define como “buenas” a las cosas:

Para que algo pueda considerarse que tiene un buen nivel de calidad debe ser Eficaz, FIable, SImple y CÓmodo (de usar, transportar y guardar). Así de simple.

Estas letras mayúsculas son las que componen la palabra EFISICÓ del comienzo.

Antes de aplicar esta técnica veamos lo que se entiende por dichos términos:

Eficaz: es el producto que responde al fin para el que fue proyectado. Por ejemplo un termómetro es eficaz si mide (y bien) la temperatura. Si fuera muy bonito, pero no se pudiesen ver bien los grados, no sería eficaz. Esta cualidad es fundamental, y sin ella tenemos algo perfectamente inútil. Por ejemplo un cuchillo para cortar, que no corta, decimos que no es eficaz y no sirve, por más que sea bonito, barato, resistente, fácil de lavar, etc. (esta circunstancia, aunque parezca increíble, se da con frecuencia en algunos restaurantes).

Fiable: lo es cuando funciona bien constantemente. Por ejemplo un altavoz que, de vez en cuando no se oye, no es fiable. (En el caso de las personas, a esta cualidad se suele llamar nobleza). Algo que deja de funcionar antes de lo previsto tampoco es fiable. La carencia de esta cualidad, aunque no invalida siempre al producto, le quita mucho valor.

Simple: significa que lo que analizamos no es complicado. Para igualdad de prestaciones, las cosas simples son mejores. El conseguir la simplicidad normalmente requiere bastantes esfuerzos, porque lo primero que se nos ocurre es lo más complicado y a base de estudiarlo y de trabajar en él se va simplificando. Incluso en los desarrollos matemáticos realizamos constantemente este proceso de simplificación. Se puede decir que las cosas complejas, muchas veces deben su complejidad a no estar suficientemente elaboradas. Esta cualidad es indicativa, como digo, de que se ha trabajado en la perfección del producto.

Cómodo de utilizar: que se puede manejar fácilmente.

Cómodo de transportar: que no tiene excesivos problemas de transporte.

Cómodo de almacenar: muchas veces, antes o después de utilizar los productos, hay que almacenarlos. El que un producto no presente problemas de almacenamiento es una buena cualidad.

La forma de servirnos de este método es memorizar la expresión EFISICÓ para facilitar el recuerdo de las condiciones indicadas y hacernos, respecto al producto en cuestión, las siguientes preguntas:

¿Es eficaz?
¿Es fiable?
¿Es simple?
¿Es cómodo de utilizar, transportar y almacenar?

Este procedimiento no es una panacea universal, y de hecho no es aplicable a todo, pero ayuda a hacer calificaciones en muy poco tiempo, y por tanto creo que vale la pena guardarlo en la memoria y utilizarlo como herramienta que nos prestará un buen servicio cuando menos los esperemos.

Para terminar, me gustaría hacer un ejercicio de reflexión, analizando hasta qué punto permite este método hacer evaluaciones impensables: el objeto de evaluación va a ser, ni más ni menos, que el propio método, lo que no deja de tener su lógica e interés. Con este fin diremos lo siguiente:

El método es eficaz, porque sirve para lo que se espera de él, que es evaluar los productos, señalando unos requisitos a cumplir y dando las aclaraciones de uso precisas. Es fiable porque sirve siempre para suministrarnos la información. Es simple, porque precisa pocas instrucciones y, además de que son fáciles de recordar, se facilita su recuerdo mediante una regla mnemotécnica. Es cómodo de utilizar, transportar y almacenar, porque solamente necesita para ello una mínima porción de nuestro cerebro y por tanto se dan, evidentemente, estas condiciones de comodidad.

Podemos concluir diciendo que esta autocalificación lo define como un buen método, que es una condición que debe cumplir, al menos para dar ejemplo. Importa la calificación que le den los lectores, que deseo que sea también buena. La mía en particular es bastante buena, porque creo, como dije al principio, que permite obtener mejores resultados que los que se suelen conseguir por medio del uso de la simple intuición.

martes, 4 de mayo de 2010

El mejor amigo

Un ambientazo. Esto era lo que teníamos en casa de mis suegros, en Gandesa (Tarragona), cada verano, durante buena parte de las vacaciones estivales, cuando nuestros hijos eran pequeños.

Éramos quince comensales todos los días a la hora de comer, y nueve a la de cenar. Con mis suegros Joaquín y Rosita, nos reuníamos allí sus queridos yernos Miguel y un servidor, sus hijas María (mi esposa) y Teresa (esposa de Miguel), nuestros cinco hijos, y los cuatro de Teresa y Miguel. Mis cuñados y sus hijos no cenaban en casa de mis suegros; por eso para cenar solamente éramos nueve.

El hecho de reunirnos allí tanta gente da idea de la forma de ser acogedora y generosa de mis suegros, que no mostraron nunca fastidio por aquella situación sino que, por el contrario, se les veía siempre contentos como si cada día fuese festivo.

Los nueve primos nunca se pelearon, que yo sepa, y si tuvieron algún rocecillo debió de ser insignificante. Iban en bicicleta por todas partes y, con estos ejercicios, acumulaban calorías para refrescarse una y otra vez en la sufrida piscina del jardín.

Una consecuencia de circular en bicicleta por todas partes a todas horas era la continua reparación de pinchazos de ruedas, que mi suegro iba subsanando pacientemente.

Aquella fue, durante años, una muestra de convivencia lingüística e interautonómica que podría servir de referencia y ejemplo a imitar por algunos.

He querido hacer esta somera introducción para reflejar el ambiente en que sucedió lo que a continuación relato:

Al regreso de las excursiones en bicicleta comenzaron a venir los chicos acompañados de un perro galgo joven con cara de avispado que, una vez en casa, atendida su sed y parte de su apetito, desaparecía misteriosamente y, al día siguiente, volvía a repetirse la operación, alargándose cada vez más la estancia hasta que el animalico terminó siendo uno más de los veraneantes en aquella casa. Nosotros dedujimos que se trataba de un perro abandonado por su dueño, circunstancia que no es rara en aquellas latitudes. El animal, dando muestras de notable inteligencia, se ve que había localizado a nuestros hijos, le parecieron buena gente y, tanteando el recibimiento por parte de los mayores, comprendió que todo aquel personal era de fácil trato, de forma que, unilateralmente, nos adoptó como sustitutos de su anterior dueño. De esta manera, el resto de las vacaciones el perro terminó de integrarse con toda la tropa, salvo pequeñas desapariciones que hacía, seguramente para relacionarse también con los de su misma especie, y todos tan contentos.

Terminadas las vacaciones, hicimos los equipajes y nos dispusimos a regresar a Zaragoza un poco apretados en el coche y bastante tristes por efecto lógico de la separación de nuestros muy queridos familiares. Cuando íbamos a tomar la carretera general nos dimos cuenta de que nuestro amigo el perro (del que en medio del trajín de la partida nos habíamos olvidado), acababa de percatarse de que estábamos yéndonos de Gandesa. El pobre animal, aun a riesgo de ser atropellado por algún vehículo, comenzó a correr, ladrando, hacia nosotros. Nuestros hijos comenzaron a gritar indicando que nos seguía el perro a todo correr, e incluso yo lo veía por el retrovisor. Aceleré un poco y el pobre perro aumentó también su velocidad intentando alcanzarnos a toda costa, seguramente pensando que no lo habíamos visto, porque debía de ser para él impensable que, viéndole, le abandonásemos tan miserablemente en mitad de la carretera a pesar de ser sus amigos.

A todos nos saltaban las lágrimas, yo incluido. En un instante valoré la posibilidad de parar y traernos el perro a Zaragoza pero comprendí que era una locura ya que nuestra casa no podía albergar al animal aquel puesto que, además de los siete que íbamos en el coche, vivía con nosotros mi madre y, de vez en cuando, los padres de María y, cuando alguna vez habíamos contemplado fríamente la posibilidad de tener algún animal, la habíamos descartado de inmediato.

En aquella situación la cabeza decía no y el corazón gritaba sí, y venció la cabeza. El animal sin duda nos había tomado cariño y a la vez debía de sentirse indefenso si nosotros desaparecíamos de su vida, pensamiento que puede que le resultase especialmente penoso al recordar el abandono de su anterior dueño y las dificultades que debió de tener a continuación.

El perro siguió corriendo, hasta que, en un cambio de rasante de la carretera, mirando hacia atrás, lo vimos, recortándose en el cielo, detenerse, al vernos ya muy lejos.

Lo contemplamos en silencio con un nudo en la garganta, y todos nos quedamos con la triste estampa del perro parado, sudoroso y desesperado, y nos lo imaginamos regresando finalmente, cansino y desmoralizado, al pueblo que acabábamos de dejar.

Supimos después, que había vuelto a la casa de mis suegros y tuvo la temporal alegría de ver que aún estaba el resto de los chicos; pero sus desgracias no habían terminado, porque no tardaron en irse y nos dijeron que se repitió exactamente el mismo desespero e igual intento de alcanzarles cuando se iban.

Nunca supimos qué sucedió posteriormente con aquel perro. Imaginamos que, como él temía, su futuro debió de estar lleno de penalidades y sufrimientos.

A mi me quedó la impresión de que lo traicionamos, y aún me siento culpable de aquella faena. Los chicos se quedaron, unos más y otros menos, con la misma sensación, y en alguno de ellos, especialmente en los más sensibles, como por ejemplo en Joaquín, se desarrolló, poco a poco, un sentimiento de deuda y de amor especial hacia los animales, que ha ido teniendo consecuencias: por ejemplo, en cierta ocasión, nos trajo a casa seis u ocho perricos recién nacidos que encontraron, paseando con un amigo, por las orillas del canal Imperial. Otra vez rescató del centro de una rotonda en una carretera de Valencia a un gato pequeño perdido, que maullaba pidiendo auxilio. Le puso por nombre Jonás y se lo llevó a vivir a su piso; posteriormente lo trajo a Zaragoza, y lo acomodó en la nave de la empresa que teníamos. Últimamente, se ha rodeado de dos dálmatas que muchos conoceréis y que le dan molestias y trabajos que soporta pacientemente. Ocasionan también molestias a los vecinos y espero que le perdonéis porque intenta, y seguirá intentando, evitarlas; sin embargo no es tarea fácil si no es por el expeditivo procedimiento de devolverlos a la perrera, y esto es impensable, porque ya una vez traicionamos, entre todos, a un perro y tenemos asumido, especialmente Joaquín, que nunca lo repetiremos.

jueves, 15 de abril de 2010

Efectos secundarios

En las analíticas de sangre que de vez en cuando nos vienen haciendo por muy diversos motivos, yo siempre tenía la cifra de colesterol total entre los límites que se consideran normales; pero, a pesar de ello, en 1997 me hicieron una angiografía y me detectaron taponamientos importantes de las coronarias, especialmente de la derecha, lo cual prueba que unas cifra de colesterol normal no garantizan la ausencia de problemas vasculares, aunque, eso sí, son indicativas de una menor probabilidad de tenerlos.

No fue factible hacerme una angioplastia (dilatación de las coronarias) como las que normalmente se realizan, y, con limitadas expectativas de éxito, se me sometió a lo que se puede llamar una angioplastia medicamentosa, es decir a no hacer nada más que tomar unos cuantos medicamentos.

Entre los diversos medicamentos que me recetaron, uno de ellos tiene, como principio activo, la estatina que es una sustancia que posee la notable propiedad de reducir la cifra de colesterol total de forma muy efectiva.

Como resultado del tratamiento, estos valores de mis analíticas pasaron a situarse en su límite inferior e incluso por debajo de él. Todo iba perfectamente, hasta que un día cayó en mis manos un libro en el que se argumentaba, de forma bastante convincente, que los valores bajos de colesterol podían favorecer, o ser la causa, de ciertos tipos de cáncer.

A partir de ese momento ya no me sentí tan seguro de la bondad de mi tratamiento angioplástico y, en cuanto tenía ocasión, les hacía la pregunta a los médicos que me iba encontrando, los que, uno tras otro, me decían que no estaba demostrado el perjudicial efecto que yo les apuntaba.

Pensé que la mejor ocasión para aclarar esta importante duda sería la de la revisión que anualmente me hacía la cardióloga que me atiende. Se trata de una señora de cierta edad, alta, delgada, con cara de muy avispada, que siempre hace las consultas muy educadamente, pero sin dar confianzas y con mucha prisa (supongo que por la gran cantidad de enfermos que tiene asignados).

Total que, al término de una de una de estas revisiones, le hice por fin la pregunta sobre los posibles efectos secundarios de las estatinas. Sin pensarlo ni dos segundos, me dijo lo siguiente: “mire, señor Macipe: todas la cosas efectivas tienen efectos secundarios”. Lo dijo tan deprisa, y tan tajante, que no me dio opción al más pequeño debate, y así acabó la consulta, limitándose a decirme que siguiera igual y volviera dentro de un año.

En realidad acababa de darme la razón, pero enfocando el asunto en forma totalmente imprevista. Posiblemente la contestación que me había dado era la expresión de algo generalizable a muchas cosas de la vida normal, que en sus años de vivencias y de ejercicio profesional había ella sintetizado, aunque, visto superficialmente, pudiera parecer una forma de contestar por peteneras a una consulta un poco pretenciosa que yo le hacía.

El caso es que aquella expresión se me quedó grabada en la memoria y, si bien no resolvió totalmente mi duda sobre las estatinas, me proporcionó una respuesta muy contundente que he tenido ocasión de emplear en repetidas ocasiones. No es raro oírme decir, con seguridad (no exenta de cierta ironía), “todas las cosas efectivas tienen efectos secundarios”.

Aunque no hay regla sin excepción, creo que la anterior encierra la sabiduría y experiencia de la persona de quien la aprendí y he comprobado que se cumple con frecuencia, y hace estar prevenidos ante los efectos secundarios (ahora también se llaman colaterales) que esconden las cosas eficaces aparentemente inofensivas.

Alguna vez, cuando empleo esta expresión, le antepongo: “como dice mi cardióloga…”, que no deja de ser también una inconsciente represalia por la forma tan expeditiva con que se me sacó de delante cuando le hice la comprometedora pregunta sobre las estatinas en aquella especial consulta.

lunes, 12 de abril de 2010

Nace un nuevo blog

Sin merma del blog “cosas de Ariño” que tengo el propósito de seguir utilizando, me ha parecido interesante recurrir a un nuevo blog, que titulo “EN POSITIVO”, que me permita ampliar la posibilidad de comunicación, ya que el anterior está previsto en exclusiva para Ariño, y generalmente se refiere a épocas pasadas.

Es evidente que ambos blogs tienen en común al escritor (y a su estilo), ya que, aunque llevo muchos años fuera, sigo sintiéndome de Ariño, porque gran parte de mis ideas básicas y de mi escala de valores proceden de nuestro pueblo, donde se han ido decantando a lo largo de siglos y nos han sido transmitidas de generación en generación por antepasados a los que debemos un profundo agradecimiento y respeto.

Con este nuevo blog tengo la intención de transmitir, sin dogmatizar, cosas que he ido aprendiendo gracias a la experiencia de años; y, aunque no he preparado un programa detallado, sí espero mantener dos requisitos: que mis escritos puedan ser de utilidad, y que tengan un carácter positivo, como el título del blog quiere anticipar.

Para finalizar estas líneas de presentación debo añadir que el propósito de enseñar no es indicativo de superioridad, ya que todos podemos ser maestros en algo y discípulos en casi todo. No se tome pues mi blog como una aspiración de predominio. Más bien pienso que ahora, que existen magníficos medios de comunicación, todos deberíamos enseñar lo que a ciencia cierta sabemos, siempre que fuera, como yo pretendo, en positivo.