sábado, 25 de enero de 2014

NUESTRO GRILLO

   
Hace años, en nuestra etapa de recién casados, cuando yo iba a  trabajar a Datsa, mi esposa se ocupaba de los quehaceres domésticos, dedicando una parte de su tiempo a  las labores  que tienen lugar en la cocina. Entonces no teníamos hijos y, lógicamente, se sentía sola en un piso  alquilado en Zaragoza.
 
 No teníamos televisión y, por tanto,  la soledad resultaba acentuada por el silencio. Fueron pasando los días y en un determinado momento, oyó un par de notas del canto de un grillo procedente de la ventana de la cocina. Ella comprendió que provenían de uno de esos grillos negros y lustrosos que son bastante pequeños,  tienen unas alas cortas y  suelen cantar a pleno pulmón en el campo, especialmente algunas noches de verano.  Por eso era muy extraño que cantara  un grillo por el día y además en aquel lugar de nuestra casa.
  
Cuando  volví de mi trabajo, me explicó María el sorprendente suceso e imaginamos que el acceso del grillo se había producido casualmente por hallarse en alguna de las verduras que comprábamos y no encontramos explicación al hecho de que emitiese aquellas dos  únicas notas  a plena luz del día. Quisimos pensar que significaban un saludo, o que quizá eran un sondeo para averiguar cómo sería recibido en aquel lugar  extraño y desconocido para él.
   
Lo cierto es que la experiencia no debió de ser negativa para el grillo, porque al día siguiente volvió a cantar, pero esta vez una media docena de notas del mismo tono e intensidad  que las del día anterior. También esta vez me informó mi esposa de la situación y nos quedamos pendientes de la evolución en los próximos días. Y sucedió que el grillo, al percibir que María era inofensiva y acogedora,  decidió  arriesgarse a cantar sin complejos; así que, mientras  ella cocinaba, pasó a sentirse acompañada por aquel invisible animalico.
    
Éste, convencido de que no corría peligro, se atrevió a hacerse visible y allí teníamos a María amiga de un grillo que se dejaba ver tranquilamente por toda la cocina y cuando le parecía le cantaba sus joticas grilleras. Y ella estaba maravillada con aquel compañero tan simpático y ameno. Yo también estaba complacido de que, cuando María se quedaba sola en casa tuviera  la compañía de nuestro grillo, al que conocí porque me lo presentó un día ubicado tranquilamente en un lugar visible de la cocina.

Fueron pasando los días en esta situación tan chocante y encantadora y nosotros nos sentíamos contentos de convivir con  aquella minúscula y cantarina mascota.

Un día invitamos a cenar a un matrimonio del que éramos muy amigos y cuando nos hallábamos todos en el cuarto de estar charlando tranquilamente, la esposa de nuestro amigo salió un momento para hacer no sé qué cosa y al volver, dijo: “María, tenías un grillo en la cocina, pero no te preocupes, que ya lo he matado”.
   
María y yo nos miramos con los ojos muy abiertos y cara de sorpresa y de pena, porque nos acababa de matar a un ser muy querido que confiaba en que en nuestra casa convivía con nosotros,  sin ningún peligro.
  
En ese cielo en el que  irónicamente imagino a las almas de los animales cuando mueren, supongo que se halla un grillo negrico que, con su minúsculo cerebro, ha aprendido que entre las personas que habitan en esta bola llamada Tierra, hay unas que llegan a querer a los grillos y otras que pueden matarlos sin ningún motivo.
 
 Y en todos estos años, muchas veces hemos sentido  pena, por no haber sabido proporcionarle la suficiente seguridad a nuestro amigo el grillo y quizá  él también recuerde lo feliz que fue durante un tiempo,  en  aquella casa  y el cariño que le tuvieron aquel par de recién casados.

EPILOGO
Pasado un tiempo desde mi anterior escrito, supe que el nombre de grillo era realmente grillo doméstico según su denominación común, aunque la científica es la de  ortóptero (¿os acordais de aquella lista de los insectos que decíamos de carrerilla que era: “apterigógenos, arquípteros ortópteros, hemípteros, etc., etc.?”). Pues ahí aparece la familia de nuestro grillo, que, por supuesto, su nombre no es el de saltamontes, porque  esos, aunque parientes, son otros.
También supe que se trataba de un grillo macho, ya que las hembras no cantan y averigüé que el objetivo de sus cantos  no era  amenizar las mañanas de María, sino atraer a los grillos hembra o grillas;  y menos mal que no había alguna por las cercanías, ya que, de haberse cumplido los deseos de nuestro imprevisto huésped, la hembra una vez emparejada con él habría puesto en algún rincón cientos de huevos y podía haberse llenado la casa de grillos omnívoros (que comen de todo, incluso tejidos) de ambos sexos y aunque la vida media de los grillos es de un año nos hubiéramos visto obligados a fumigarlos por aquello de o ellos o nosotros, así que la acción exterminadora de nuestra amiga que a primera vista pareció la quiebra de un encanto, posiblemente nos libró de una infausta tarea a corto plazo. (¿Verdad que cuando se mejora el conocimiento de las situaciones, las conclusiones son muy diferentes a las que extraemos sin suficiente información?)