Hace
años, en nuestra etapa de recién casados, cuando yo iba a trabajar a Datsa, mi esposa se ocupaba de los
quehaceres domésticos, dedicando una parte de su tiempo a las labores
que tienen lugar en la cocina. Entonces no teníamos hijos y, lógicamente,
se sentía sola en un piso alquilado en
Zaragoza.
No teníamos televisión y, por tanto, la soledad resultaba acentuada por el
silencio. Fueron pasando los días y en un determinado momento, oyó un par de
notas del canto de un grillo procedente de la ventana de la cocina. Ella
comprendió que provenían de uno de esos grillos negros y lustrosos que son
bastante pequeños, tienen unas alas
cortas y suelen cantar a pleno pulmón en
el campo, especialmente algunas noches de verano. Por eso era muy extraño que cantara un grillo por el día y además en aquel lugar
de nuestra casa.
Cuando
volví de mi trabajo, me explicó María el
sorprendente suceso e imaginamos que el acceso del grillo se había producido
casualmente por hallarse en alguna de las verduras que comprábamos y no
encontramos explicación al hecho de que emitiese aquellas dos únicas notas a plena luz del día. Quisimos pensar que
significaban un saludo, o que quizá eran un sondeo para averiguar cómo sería
recibido en aquel lugar extraño y
desconocido para él.
Lo
cierto es que la experiencia no debió de ser negativa para el grillo, porque al
día siguiente volvió a cantar, pero esta vez una media docena de notas del
mismo tono e intensidad que las del día
anterior. También esta vez me informó mi esposa de la situación y nos quedamos
pendientes de la evolución en los próximos días. Y sucedió que el grillo, al
percibir que María era inofensiva y acogedora, decidió arriesgarse a cantar sin complejos; así que, mientras
ella cocinaba, pasó a sentirse
acompañada por aquel invisible animalico.
Éste,
convencido de que no corría peligro, se atrevió a hacerse visible y allí teníamos
a María amiga de un grillo que se dejaba ver tranquilamente por toda la cocina
y cuando le parecía le cantaba sus joticas grilleras. Y ella estaba maravillada
con aquel compañero tan simpático y ameno. Yo también estaba complacido de que,
cuando María se quedaba sola en casa tuviera la compañía de nuestro grillo, al que conocí
porque me lo presentó un día ubicado tranquilamente en un lugar visible de la
cocina.
Fueron
pasando los días en esta situación tan chocante y encantadora y nosotros nos
sentíamos contentos de convivir con aquella minúscula y cantarina mascota.
Un
día invitamos a cenar a un matrimonio del que éramos muy amigos y cuando nos
hallábamos todos en el cuarto de estar charlando tranquilamente, la esposa de
nuestro amigo salió un momento para hacer no sé qué cosa y al volver, dijo: “María,
tenías un grillo en la cocina, pero no te preocupes, que ya lo he matado”.
María
y yo nos miramos con los ojos muy abiertos y cara de sorpresa y de pena, porque
nos acababa de matar a un ser muy querido que confiaba en que en nuestra casa
convivía con nosotros, sin ningún
peligro.
En
ese cielo en el que irónicamente imagino
a las almas de los animales cuando mueren, supongo que se halla un grillo
negrico que, con su minúsculo cerebro, ha aprendido que entre las personas que
habitan en esta bola llamada Tierra, hay unas que llegan a querer a los grillos
y otras que pueden matarlos sin ningún motivo.
Y en todos estos años, muchas veces hemos
sentido pena, por no haber sabido
proporcionarle la suficiente seguridad a nuestro amigo el grillo y quizá él también recuerde lo feliz que fue durante
un tiempo, en aquella casa y el cariño que le tuvieron aquel par de
recién casados.
EPILOGO
Pasado
un tiempo desde mi anterior escrito, supe que el nombre de grillo era realmente
grillo doméstico según su denominación común, aunque la científica es la de ortóptero (¿os acordais de aquella lista de
los insectos que decíamos de carrerilla que era: “apterigógenos, arquípteros ortópteros, hemípteros, etc.,
etc.?”). Pues ahí aparece la familia de nuestro grillo, que, por supuesto, su
nombre no es el de saltamontes, porque esos, aunque parientes, son otros.
También
supe que se trataba de un grillo macho, ya que las hembras no cantan y averigüé
que el objetivo de sus cantos no era amenizar las mañanas de María, sino atraer a
los grillos hembra o grillas; y menos
mal que no había alguna por las cercanías, ya que, de haberse cumplido los
deseos de nuestro imprevisto huésped, la hembra una vez emparejada con él habría
puesto en algún rincón cientos de huevos y podía haberse llenado la casa de
grillos omnívoros (que comen de todo, incluso tejidos) de ambos sexos y aunque
la vida media de los grillos es de un año nos hubiéramos visto obligados a
fumigarlos por aquello de o ellos o nosotros, así que la acción exterminadora
de nuestra amiga que a primera vista pareció la quiebra de un encanto,
posiblemente nos libró de una infausta tarea a corto plazo. (¿Verdad que cuando
se mejora el conocimiento de las situaciones, las conclusiones son muy
diferentes a las que extraemos sin suficiente información?)
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